martes, 9 de agosto de 2011

Buenos Aires, 28 de diciembre de 2009

La noche que me fui, sentí que el mundo se caía a pedazos. Había cambiado tu cálido abrazo y tu beso tierno de buenas noches por una insípida cama de colchón barato. Tu amor entre las sábanas por una colcha vieja regalada antes de tirarla.
            La noche que me fui, creí que podía morir antes de despertarme. Había abandonado todos nuestros sueños por una ilusión de futuro que estaba llena de grietas. Destrozado nuestros proyectos a cambio de un pobre remedo de libertad.
            Intenté olvidarte en el fondo de un vaso, y desde ahí me mirabas. Entre los brazos de otras mujeres, las de pago y las de la vida. Pero eras vos la que me tomabas de la mano cuando terminaba de hacerles el amor.
            Intenté aplastar lo que quedaba de nosotros, de odiarte para dejar de amarte. Me obsesioné en destruirte como antes en adorarte. Pero fracasé, porque cuando cerraba los ojos aún te veía, como antes, ideal.
            Pero los días pasan, se convierten en meses. Una mañana desperté y descubrí que ya no dolía como antes. Que los fantasmas de aquella primera noche eran sólo una elucubración de un corazón herido. Que el llanto se me secó en los ojos. Que una débil felicidad de pronto se abría paso a través de la depresión injustificada.
            Tu risa sarcástica me había sacudido la idiotez, recuperando al fin, uno a uno los sentidos. Otra vez el corazón cedía paso a la mente. Lograba entender lo estúpido que había sido, añorando aquello que no había ocurrido.
            Y caí, si. Tropecé una y mil veces con la misma piedra. Volví a soñar, como un imbécil enamorado que podías cambiar, que yo podía cambiar, que podíamos recuperarnos. Pobre idiota, enamorado del amor mismo. De una relación mentirosa, basada únicamente en el intento de sostener lo insostenible.
            ¿Acaso pude creer que en verdad me querías? Si, lo creí. Lo creí ciegamente, aún cuando me escupías el rostro, descostillándote de risa de mis estúpidos intentos por reconciliarnos.
            Todavía me acuerdo de tus palabras (qué falsas por dios), jurándome que me amabas y que nada te haría más feliz que estar conmigo. “Hay otras cosas” dijiste. Aún conservo esa carta.
            El tiempo pasa por suerte. Y los ojos no pueden permanecer ciegos por siempre. Aunque me duela debo admitir que fuiste para mí lo más importante en mi vida. Pero ya no. Ya no más. Ahora al fin puedo entender que el sacrificio que hice para permanecer a tu lado no lo valía. Que nunca fuiste la mujer de mi vida. Que nunca te preocupaste por mi bienestar realmente.
            No puedo decir que te desalojé ya de mi mente. Seguís ahí bailando. Pero tu pureza en mis recuerdos perdió brillo. Ya no puedo creer que todas las maldades que me hiciste fueron mi culpa y me las merecía. Ya no puedo darte más el beneficio de la duda.
            Te amé si. Pero ya no te amo. Tan sólo te recuerdo, como se recuerda un amor de verano. Porque fuimos eso, con garantía extendida.
            Esta noche cumpliríamos dos años juntos. Pero no, no lo estamos. Y ya nunca vamos a poder estarlo.
            Que mejor ocasión que esta noche para separarnos definitivamente. Para dejar atrás los pequeños intentos míos y casi nulos tuyos de recuperar lo que hace tanto dejó de existir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario