martes, 10 de mayo de 2011

Divagues de una noche de otoño mal habida

Un hombre y una mujer, solos, pueden construir una gran historia de amor. ¿Pero alcanza?
¿Qué son en el fondo un hombre y una mujer sino dos seres extraños entre si, dos ejemplares de dos mundos distintos? Dos seres que se cruzan, que comparten el camino que se forma tras su senda.
¿Alcanzan un hombre y una mujer para formar una gran historia de amor?
¿Qué viene a ser el amor?
¿Quién dictó las reglas de lo que es o debiese ser el amor?
Si miramos para atrás, con la sinceridad a flor de piel, ¿cuántas veces creímos encontrar el amor? ¿cuántas nos equivocamos?
¿Alcanzan un hombre y una mujer para sobrellevar la carga que implica dar y recibir amor?
Amar en el fondo es fácil. Sólo se debe abandonar la propia vida y brindarla por entero a otro, sea hombre, mujer, niño o gato.
Pero, ¿ser amado?; ¿Cuántos de nosotros somos o fuimos capaces alguna vez de soportar esa carga, esa responsabilidad?
¿Cómo debe actuar uno frente a quien le ama?
Es que jamás podremos averiguar qué espera de nosotros quien, habiéndose abandonado a si mismo, vive, respira y siente a través nuestro. ¿Cómo se corresponde a quien nada nos pide? ¿Cómo se mantiene encendida la llama que sólo a nosotros toca cuidar?
Un hombre y una mujer, ¿son sólo eso? No, son más. Son un encuentro, en cuerpo y en alma, que lleva a fundir dos historias, dos pasados, dos presentes, dos ilusiones y muchos más miedos.
Si cada día nos descubrimos a nosotros mismos, encontrando todo el tiempo facetas propias que tal vez ni imaginábamos, ¿cómo podríamos llegar a descubrir al otro?
Alguna vez escuché que el amor era como una planta, que al no regarla todos los días se marchitaba.
Un hombre y una mujer pueden descubrir infinitas maneras de regar esa planta; ¿pero cuál es la correcta? ¿Cómo saber si damos lo que el otro necesita?
Si pudiéramos descubrirlo, si supiéramos lo que debemos hacer para amar y ser amado, sin que importe el mundo, el pasado, los golpes, la vida, los parientes, los malos humores, la soledad y la angustia de la espera, ¿podríamos construir una gran historia de amor? ¿Qué significa realmente amar a alguien? ¿Hasta qué punto dos seres pueden dar sin esperar? ¿Cómo se sigue cuando las cosas van en contra?
Todos tenemos una visión de lo que es una historia de amor. Más o menos novelesca. Más o menos utópica.
Amor no es permanencia y fijeza, sino altibajos y cambios. Amar no es esperar lo mejor del otro, sino tomar lo que ofrece y adaptarse a ello. Escucharle, observarle, entenderle. Amor no es calmar su llanto, es llorar a la par. Amor no es enseñarle, es aprender a su lado.
¿Cómo evitamos la desilusión? ¿Cómo aceptamos cuando queremos combatir? ¿Cómo seguir, cuando sólo deseamos que termine?
La lucha constante que conlleva amar y ser amado desgasta al individuo hasta límites extremos, rebajando a cada instante sus ganas de seguir, acercándolo al momento amargo de la renuncia, del fin del juego, de la separación.
Tal vez las expectativas que ponemos en la pareja sean demasiado altas, inalcanzables, para el otro, en definitiva simple mortal como nosotros.
¿Qué nos queda entonces cuando ese castillo de naipes que construimos se desmorona? ¿Qué hacemos cuando el otro al fin se nos presenta ante los ojos, ya sin venda, tal como es?
Si somos cobardes, si somos incapaces de luchar por nuestro amor, saldremos corriendo. Nos retiraremos sin miramientos, hundidos en el resentimiento, culpando al otro de ser él mismo.
Si en cambio logramos centrarnos, buscaremos en ese ser, otrora el amor de nuestras vidas, aquello que nos identifica, que nos permite reconocernos; ese espejo en que se refleje la dicha que sentimos juntos.
Tal vez jamás encontremos una verdadera historia de amor; quizá no nacimos para ellas. Pero es posible que descubramos una pequeña, chiquitita y frágil. Una que valga la pena. Una que nos de la razón por la cual seguir viviendo.

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