domingo, 4 de septiembre de 2011

Saliendo del closet

Lo empecé a descubrir cuando estaba en el colegio. Sólo era una sospecha al principio pero era poco a poco cada vez más evidente para mí.
Intenté ocultarlo, incluso ocultármelo. Me daba miedo lo que pensaran los demás. Pensaba en mi viejo. Las pocas veces que había salido el tema papá torcía la boca con asco, como si se contaminara hablando de "esa gente".
Sabía que ninguno de mis compañeros lo iba a aceptar ni entender. Sólo hablaban de los culos que salían en la tele y yo intenté ser como ellos, adaptarme, pasar desapercibido. Muy de vez en cuando me iba sólo a una estación de tren donde no conocía a nadie. Ahí compraba revistas que jamás llegaban a mi casa. Por el camino y después de verlas y leerlas varias veces las dejaba en algún banco de una plaza, donde tal vez las encontrara algún otro pibe como yo, buscando su propia identidad.
Cuando entré a la facultad lo conocí a Manuel. Al principio no lo supe pero él era como yo. Más aún en realidad, él ya lo había asumido y lejos de tener vergüenza lo decía con orgullo. Charlar con él era para mí un placer casi secreto. Podía pasarme horas. Él me enseñó que éramos muchos, más de los que antes hubiera pensado. Que era natural y normal tener una forma de ser y de pensar diferente. Que a nadie hacíamos daño y que los equivocados al juzgarnos eran los demás. Incluso más que eso, que podíamos cambiar esa manera de pensar de la gente, que era posible mejorar las cosas.
Lentamente fui derribando las barreras y una noche que salí con él me asumí también por lo que era. Manu lo sabía, pero había esperado hasta que yo estuviera listo. De él aprendí mucho y se preocupó para que yo pudiera disfrutar con lo que había elegido.

El primer reto fue hablarlo con mis amigos. Fue duro, más de lo que había esperado. Muchos no me aceptaron, llegando incluso a tratarme de traidor y loco. Creyeron que yo los había engañado, que les había mentido durante años. Muchos habían sido criados en familias como la mía, en las que no se aceptaba a personas como yo. Algunos no fueron tan duros, aunque nuestra amistad jamás volvió a ser la misma.

Un día tuve que enfrentar lo inevitable. Llegué a casa después de juntarme con Manuel y algunos de sus compañeros. Papá me esperaba y creo que sabía lo que iba a decir. Tenía el ceño fruncido y una mueca que no voy a olvidar nunca. Papá me quería y aunque creo se descepcionó al confirmarlo nunca dejó de quererme y apoyarme en todo lo que yo decidiera. Me abrazó, me acarició la cabeza y se quedó muchas horas hablando conmigo, por primera vez abiertamente del tema. Cuando mamá llegó esa noche del trabajo él le habló primero. Resumió en pocas palabras la angustia que yo había pasado por años. "Negra", le dijo "el nene es troskista".

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