viernes, 16 de noviembre de 2012

¿Sábado 14?

Mil nombres en mil rostros y una atracción innombrable.
La necesidad inconfesable de salir a cazar. El instinto a flor de piel, los sentidos inflamados, la sensibilidad despierta.
El olfato, aliado y consejero, funcionando a su máximo nivel. El suave aroma que inevitable e involuntariamente emiten las víctimas sacude la conciencia. Sólo precisa elaborar la trampa.
El cazador no elige a la presa, se sirve de la que esté más cerca. El cazador está impaciente, hace mucho que no sale. No tiene hambre, pero la necesidad lo corroe.
No puede decirlo, no puede compartirlo. Está desesperado y sabe que puede errar el golpe si se confía. Se ciega, grita enfurecido. El cazador se abandona en la oscuridad más aterradora. Está desatado y perdió toda conciencia.
El cazador ya no teme a la pérdida. Y por ello es que más teme a perderlo todo.

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